Martes 29 de mayo de 2012
Tour de la cerveza
El despertador no sonó,
el día anterior me había acostado ofuscado con el sol todavía
sonriendo y sin comer, el ruido de mis tripas también la despertó a
ella, la ducha obligada (para nosotros, para los checos y los
europeos en general, me da la impresión de que es un tema que los
tiene absolutamente sin cuidado) y a bajar que el desayuno es solo
hasta las nueve.
No tengo que explicarles
que con tiempo, porque llegué temprano, y con hambre, las veces que
llené la batea de porcelana con víveres varios fueron incontables.
Luego tranquilo apronté
el mate, Analía tuvo que ponerse a trabajar un rato y contestar
algunos correos, aproveché para lavar algo de ropa y darle al mate a
ver si podía salir livianito para la calle.
A la una me acarició el
viento en la vereda, avisándome que íbamos a tener un día más
veraniego que primaveral, desistimos del tranvía y caminamos unas
cuadras hasta la orilla del río, fotos, risas y sol, no teníamos un
plan hasta las seis que comenzaba el Tour de la cerveza.
Quiso el destino que me
apoyara un momento sobre la baranda que da hacia el río, con mi
espalda hacia él, mirando el inmenso cerro tupido de vegetación que
estaba justo frente a mi, al otro lado de la calle; a pocos metros
del suelo veo entre el verde de las hojas la cabeza de un hombre que
se nota va caminando:
- ¡Analía! ¡La pared
del cerro tiene caminos! ¡Vamos a subir!
- ¿Qué? Ya estás con tu
turismo aventura, ¿no ves qué es todo verde, pasto y árboles?
- No, no, vi a un hombre
caminando, estoy seguro que se puede subir.
- ¿Te parece? Mira que no
vamos a volver al hotel antes de la medianoche, es mucho tiempo para
cansarse demasiado.
- ¿Te arrepientes de
haber subido el monte en Budapest?
- No, claro que no,
pero...
- ¡Vamos! Este está
mucho mejor, las fotos hermosas que hemos visto por todos lados las
tienen que sacar de un lugar alto, estoy seguro que es aquí.
Tres cuadras más
adelante, unas escaleras y un caminito de adoquines asomaban
tímidamente entre los árboles hasta tocar la vereda.
Arriba hay un parque muy
bien cuidado donde la gente va a correr, tomar sol, charlar y al cual
por supuesto se llega por los montones de calles que terminan en él
por su cara menos empinada, solo el hombre y una pareja de uruguayos
suben por la cara vertical que da al río.
La vista de la ciudad, del
río, de los puentes que lo cruzan es espectacular, sacamos montones
de fotos, incluso puse una de ellas en mi portada del face.
Disfrutamos muchísimo el
parque y sus vistas, seguimos caminando por lo alto con el río allá
abajo, tanto caminamos que nos acercamos hasta el Castillo de Praga y
ya que estábamos tan cerca nos dirigimos a él.
Recorrimos todos los
edificios que rodean al Castillo, sabiendo que al otro día
volveríamos porque ya teníamos los tickets comprados para hacer el
paseo del Castillo, no nos preocupó porque se disfruta igual y lo
bueno de las visitas guiadas es lo que te cuentan.
Bajamos, caminamos un poco
por el barrio barroco, hermoso como todo en Praga, nos dio hambre y
nos sentamos en un boliche a comer, pedimos unas entradas típicas de
la cocina checa y un par de jarras de cerveza, la tarde invitaba a
seguir tomando.
Cruzamos el puente Carlos
para dirigirnos al punto de encuentro, iban varias horas de caminata
y unos cuantos kilómetros, nos quedamos a descansar en medio del
puente escuchando a unos músicos callejeros que la rompieron.
Llegamos al punto de
encuentro, Pablo, el guía, nos pidió que esperáramos porque
faltaba llegar gente; al final en el grupo solo éramos 9, eso
incluye a un brasilero que no le entendía nada al guía pero si a
nosotros, así que fuimos guiados y guías a la vez.
El tour fue la frutilla de
la torta para culminar un día espectacular, los 4 boliches a los que
nos llevaron no son turísticos, por el contrario, allí solo hay
checos tomando cerveza y charlando.
La cerveza que tomamos no
es pasteurizada, está en tanques de 500 litros y tiene una vida útil
de no más de tres días, luego se pudre; hicimos la prueba del
escarbadientes que consiste en dejar caer uno de estos palillos sobre
la espuma de la cerveza, el palito queda clavado de tan densa que es
la espuma.
Por supuesto que cada
cerveza iba acompañada de una historia, datos, cifras y cuentos
interesantísimos, pero cuando nos hicimos íntimos amigos de los
otros 7 participantes incluido el brasilero poca bola más le dimos
al guía.
Había una pareja de
españoles, él estaba indignadísimo con los checos porque esa misma
tarde le había pasado lo mismo que a mi con el cambio: “¡joder
hombre!¡qué esto no te lo hacen en ningún lugar de Europa!, lloré
de felicidad, lo hice reír al español como media hora.
Le preguntamos la edad a 2
chiquilinas españolas que también estaban con nosotros, 20 añitos,
estudiando y viviendo en Alemania, hablaban inglés, alemán y
francés, pensé lo lejos que están nuestros jóvenes de éstas
oportunidades. Las otras 2, unas amigas de unos 35 años con unas
ganas de fiesta que ni te digo, por suerte estaba el brasilero que
empezó a entender clarito nuestro idioma.
Cenamos, también
espectacular, nuestro plato tenía pato, cerdo, salchicha checa,
verdura saltada y otras cosas que no supimos que eran, el guía dijo
que nos acompañaba si queríamos seguir tomando y yo con varias
cervezas arriba dije: ¡por supuesto!
Cuando le dije al guía
que iba a tomar absenta, que había leído que en República Checa es
legal aun con la raíz que produce alucinaciones, me miró y dijo que
se tenía que ir y salió casi que corriendo; ELLA me suplicó, que
no iba a poder conmigo, que como hacía para llevarme al hotel,
porque es obvio que iba a quedar fuera de combate, mil argumentos,
hasta en un momento un tono de prohibición; a esa altura poco me
importaba donde iba a quedar durmiendo, pero venció la sensatez y
entre risas y tomados de la mano nos dirijimos hacia la parada del
tranvía.