Martes 22 de mayo de 2012
Son las dos menos veinte de la tarde del miércoles,
estoy en la terminal de ómnibus de Budapest, encima de una parada de
metro por supuesto, y me dispongo a contarles las actividades del día
de ayer martes, mientras espero que llegue la hora de partir hacia
Viena, el ómnibus sale a las tres y media, llegamos con bastante
antelación, no queremos correr riesgos.
A las 10 de la mañana desayunábamos
muy contentos contándonos las impresiones de la noche anterior,
seguimos asombrados del silencio de esta ciudad y lo ordenada que es,
también me fijé que no solo los autos respetan todas las señales a
rajatabla, los peatones ni siquiera ponen un pie en la calle si la
luz está en rojo aunque no se vea un automóvil en kilómetros a la
redonda, me pregunto que hace que un pueblo entero se comporte de tal
o cual manera, que tendríamos que hacer nosotros para tener una
sociedad más justa, para no mirar con miedo a un compatriota a las
11 de la noche en una calle oscura de cualquier ciudad de nuestro
país; pero me estoy desviando de los acontecimientos de la mañana,
vuelvo a ellos.
Analía se puso a aprontar el mate y yo
aproveché para meterme a la ducha, intuí que algo iba a pasar,
Tamás siempre espera que yo me meta a la ducha para dar señales
inequívocas de su presencia, de pronto los gritos: ¡cuidado!
¡cuidado! ¡se cae la tele!, estaba seguro que no pasaría de eso
así que no me apuré.
Salí tranquilo de la ducha y pregunté
¿qué pasó?, donde antiguamente había una puerta que comunicaba
con otra habitación ahora solo hay un cortina doble de juncos y
alguna especie de mueble del otro lado que obstruye la pasada, “
alguien” comenzó a mover la cortina al punto de casi hacer caer
la tele; a los 5 minutos ese “alguien” tocaba la puerta, Tamás
pidiendo disculpas porque al arreglar unos muebles en su estudio sin
querer había golpeado la cortina, nosotros sabemos que no es así je
je je, este ex-agente de la KGB sigue siendo letal.
A las 11 salimos a la calle y
alquilamos un par de bicis en un puesto frente a la puerta del
edificio en que nos estábamos quedando, dejamos un depósito de 40
euros, mi cédula y comenzamos a pedalear por Budapest con destino a
la plaza de los héroes. La ciudad tiene un sistema de ciclovías muy
bueno y en aquellos lugares donde no hay ciclovía puedes ir por la
vereda muy tranquilo, son muy anchas y generalmente hay poca gente en
ellas. Me felicito de haber elegido este medio de transporte, es
cómodo, ágil, barato y divertido, ¡andé un montón! Es genial
andar en bici por esta ciudad, lo voy a intentar en Viena también,
recorres un montón y casi no te cansas, anduvimos mucho por Pest y
también por la orilla del Danubio, luego cruzamos uno de los puentes
hacia la falda del Monte Gerardo, ¡terrible cerro!, la pared que da
hacia el río es bastante recta por lo que asumí que por ese lugar
no se podía subir, pero como habían unas escaleras convencí a
Analía de dejar las bicis atadas y subir a ver que se veía; esta
fue otra genial idea, una serie de caminos paralelos al suelo y entre
si, unidos por escaleras, nos permitieron llegar hasta la cima.
La vista desde arriba es increíble,
por supuesto que para subir está la manera “easy way” y la “hard
way”, la esplanada en la cima del cerro estaba llena de turistas
que llegaban en ómnibus o en auto, solo unos pocos valientes vimos
en el camino por las escaleras. Después de bajar comenzó a llover,
y al mojarnos nos dio un poco de frío, así que aunque hice que
Analía me siguiera hasta un puente alejado para cruzar, al estar en
Pest nuevamente me pidió que regresáramos al apartamento a
ducharnos con agua calentita, la propuesta prosperó.
Entregamos las bicis, nos duchamos y
salimos urgente a buscar algo para comer, estábamos famélicos,
compramos en el super un par de sopas, una comida enlatada que estoy
seguro que era comida de gato y fruta, no disfrutamos de nuestro
almuerzo, en el apartamento, pero nos llenamos.
El ejercicio me cansó y me pegué una
siesta hasta las 8 de la tarde, hicimos un par de horas de skype con
nuestras familias y a las 10 nos fuimos para la calle.
Queríamos ver los edificios sobre el
Danubio y los puentes de noche, nos habían dicho que es muy hermoso
y es cierto, muy bonito, luego caminamos hacia Buda; a mi se me había
ido el miedo porque el guía nos dijo que era absolutamente seguro
caminar por la ciudad a cualquier hora, Analía al ver las calles
vacías se empezó a preocupar, nos alejamos unas 30 cuadras y
encontramos un pub, como ya teníamos hambre y ganas de tomar algo
entramos, no tenían nada para comer pero si el chopp directo en
jarra de medio litro a 30 pesos uruguayos, exquisito, me tomé una
jarra casi de bebido. Las tripas nos sonaban así que caminamos una
cuadra hasta un lugar de comidas al paso que se veía alli, por 180
pesos uruguayos cenamos de maravilla, arroz, ensalada, bolitas de
carne, repollo, cebolla y alguna que otra cosa, todo con una salsa en
base a yogur que estaba de chuparse los dedos.
Con la panza como tambor, me dirigí
inmediatamente al pub a dar cuenta de toda la cerveza que pudiera
llevar mi cuerpo, pero el cagaso que tenía Analía a esta hora hizo
que mis planes se frustraran; me tomé otra jarra y ya empezaba a
entender el húngaro a la perfección, fui al baño y cuando volví
una chica tenía apretada a Analía contra una pared y me dijo: “a
ver que quiere esta pesada que no le entiendo nada”, era simple,
quería que le compráramos cerveza y a cambio (aquí mi húngaro se
perfeccionó) nos daría... las gracias. En fin, cuando realmente se
ponía buena la noche, yo hacía amigos para toda la vida, Analía me
sacó de allí y a un ritmo salvaje y feroz me hizo recorrer las 30
cuadras que nos separaban del apartamento, todavía no entiendo como
no vomité.
Fue un día intenso y largo, nos reímos
muchísimo, en el trayecto de vuelta vimos muy poca gente, eso nos
resulta extraño, tampoco vimos ni por asomo policías por ningún
lado, eso si, vimos muchos indigentes durmiendo en las puertas de los
edificios, con un par de diferencias muy importantes con respecto a
los que se ven en Montevideo, duermen con sacos de dormir e incluso
algunos con sábanas y acolchado y lo otro es que evidentemente no
hacen sus necesidades en la calle, no hay mal olor donde ellos se
encuentran ni en ningún otro lado.
La impresión de la ciudad es esa,
calmada, ordenada, callada, muy limpia, aunque los buzos de recuerdos
digan: las chicas buenas van al cielo, las chicas malas van a
Budapest.
No hay comentarios:
Publicar un comentario