miércoles, 23 de mayo de 2012

Bicis - Quietud – Silencio – Resaca


Martes 22 de mayo de 2012

Son las dos menos veinte de la tarde del miércoles, estoy en la terminal de ómnibus de Budapest, encima de una parada de metro por supuesto, y me dispongo a contarles las actividades del día de ayer martes, mientras espero que llegue la hora de partir hacia Viena, el ómnibus sale a las tres y media, llegamos con bastante antelación, no queremos correr riesgos.
A las 10 de la mañana desayunábamos muy contentos contándonos las impresiones de la noche anterior, seguimos asombrados del silencio de esta ciudad y lo ordenada que es, también me fijé que no solo los autos respetan todas las señales a rajatabla, los peatones ni siquiera ponen un pie en la calle si la luz está en rojo aunque no se vea un automóvil en kilómetros a la redonda, me pregunto que hace que un pueblo entero se comporte de tal o cual manera, que tendríamos que hacer nosotros para tener una sociedad más justa, para no mirar con miedo a un compatriota a las 11 de la noche en una calle oscura de cualquier ciudad de nuestro país; pero me estoy desviando de los acontecimientos de la mañana, vuelvo a ellos.
Analía se puso a aprontar el mate y yo aproveché para meterme a la ducha, intuí que algo iba a pasar, Tamás siempre espera que yo me meta a la ducha para dar señales inequívocas de su presencia, de pronto los gritos: ¡cuidado! ¡cuidado! ¡se cae la tele!, estaba seguro que no pasaría de eso así que no me apuré.
Salí tranquilo de la ducha y pregunté ¿qué pasó?, donde antiguamente había una puerta que comunicaba con otra habitación ahora solo hay un cortina doble de juncos y alguna especie de mueble del otro lado que obstruye la pasada, “ alguien” comenzó a mover la cortina al punto de casi hacer caer la tele; a los 5 minutos ese “alguien” tocaba la puerta, Tamás pidiendo disculpas porque al arreglar unos muebles en su estudio sin querer había golpeado la cortina, nosotros sabemos que no es así je je je, este ex-agente de la KGB sigue siendo letal.
A las 11 salimos a la calle y alquilamos un par de bicis en un puesto frente a la puerta del edificio en que nos estábamos quedando, dejamos un depósito de 40 euros, mi cédula y comenzamos a pedalear por Budapest con destino a la plaza de los héroes. La ciudad tiene un sistema de ciclovías muy bueno y en aquellos lugares donde no hay ciclovía puedes ir por la vereda muy tranquilo, son muy anchas y generalmente hay poca gente en ellas. Me felicito de haber elegido este medio de transporte, es cómodo, ágil, barato y divertido, ¡andé un montón! Es genial andar en bici por esta ciudad, lo voy a intentar en Viena también, recorres un montón y casi no te cansas, anduvimos mucho por Pest y también por la orilla del Danubio, luego cruzamos uno de los puentes hacia la falda del Monte Gerardo, ¡terrible cerro!, la pared que da hacia el río es bastante recta por lo que asumí que por ese lugar no se podía subir, pero como habían unas escaleras convencí a Analía de dejar las bicis atadas y subir a ver que se veía; esta fue otra genial idea, una serie de caminos paralelos al suelo y entre si, unidos por escaleras, nos permitieron llegar hasta la cima.
La vista desde arriba es increíble, por supuesto que para subir está la manera “easy way” y la “hard way”, la esplanada en la cima del cerro estaba llena de turistas que llegaban en ómnibus o en auto, solo unos pocos valientes vimos en el camino por las escaleras. Después de bajar comenzó a llover, y al mojarnos nos dio un poco de frío, así que aunque hice que Analía me siguiera hasta un puente alejado para cruzar, al estar en Pest nuevamente me pidió que regresáramos al apartamento a ducharnos con agua calentita, la propuesta prosperó.
Entregamos las bicis, nos duchamos y salimos urgente a buscar algo para comer, estábamos famélicos, compramos en el super un par de sopas, una comida enlatada que estoy seguro que era comida de gato y fruta, no disfrutamos de nuestro almuerzo, en el apartamento, pero nos llenamos.
El ejercicio me cansó y me pegué una siesta hasta las 8 de la tarde, hicimos un par de horas de skype con nuestras familias y a las 10 nos fuimos para la calle.
Queríamos ver los edificios sobre el Danubio y los puentes de noche, nos habían dicho que es muy hermoso y es cierto, muy bonito, luego caminamos hacia Buda; a mi se me había ido el miedo porque el guía nos dijo que era absolutamente seguro caminar por la ciudad a cualquier hora, Analía al ver las calles vacías se empezó a preocupar, nos alejamos unas 30 cuadras y encontramos un pub, como ya teníamos hambre y ganas de tomar algo entramos, no tenían nada para comer pero si el chopp directo en jarra de medio litro a 30 pesos uruguayos, exquisito, me tomé una jarra casi de bebido. Las tripas nos sonaban así que caminamos una cuadra hasta un lugar de comidas al paso que se veía alli, por 180 pesos uruguayos cenamos de maravilla, arroz, ensalada, bolitas de carne, repollo, cebolla y alguna que otra cosa, todo con una salsa en base a yogur que estaba de chuparse los dedos.
Con la panza como tambor, me dirigí inmediatamente al pub a dar cuenta de toda la cerveza que pudiera llevar mi cuerpo, pero el cagaso que tenía Analía a esta hora hizo que mis planes se frustraran; me tomé otra jarra y ya empezaba a entender el húngaro a la perfección, fui al baño y cuando volví una chica tenía apretada a Analía contra una pared y me dijo: “a ver que quiere esta pesada que no le entiendo nada”, era simple, quería que le compráramos cerveza y a cambio (aquí mi húngaro se perfeccionó) nos daría... las gracias. En fin, cuando realmente se ponía buena la noche, yo hacía amigos para toda la vida, Analía me sacó de allí y a un ritmo salvaje y feroz me hizo recorrer las 30 cuadras que nos separaban del apartamento, todavía no entiendo como no vomité.
Fue un día intenso y largo, nos reímos muchísimo, en el trayecto de vuelta vimos muy poca gente, eso nos resulta extraño, tampoco vimos ni por asomo policías por ningún lado, eso si, vimos muchos indigentes durmiendo en las puertas de los edificios, con un par de diferencias muy importantes con respecto a los que se ven en Montevideo, duermen con sacos de dormir e incluso algunos con sábanas y acolchado y lo otro es que evidentemente no hacen sus necesidades en la calle, no hay mal olor donde ellos se encuentran ni en ningún otro lado.
La impresión de la ciudad es esa, calmada, ordenada, callada, muy limpia, aunque los buzos de recuerdos digan: las chicas buenas van al cielo, las chicas malas van a Budapest.

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