jueves, 31 de mayo de 2012

Bratislava, ¿dónde está la terminal?

Sábado 26 de mayo de 2012

Bratislava, ¿y dónde está la terminal?

Los europeos en general y los turistas todos, viajan en avión o en tren, el ómnibus no lo usan ni para la excursión del geriátrico.
Nosotros no nos podemos dar el lujo de ignorar tan noble medio de transporte porque el pasaje que en tren sale 62 euros en ómnibus nos salió 12, y si hubiéramos encontrado el ómnibus verde con el que Julio Víctor González (El Zucará) hacía la ruta Rocha - Lascano, nos hubiéramos trepado.
El tema es que teníamos un folleto con horarios de EuroLines y sabíamos que a las 11 y 30 de la mañana salía un ómnibus hacia Bratislava, la terminal nos vio llegar a eso de las 11 después de un rico desayuno, nos acercamos a la ventanilla y la señora al escucharnos inmediatamente señaló a su compañera después de exclamar algo parecido a «me no english».
Nos atendió una muchacha más joven con un buen manejo del inglés y le pedí dos pasajes para Bratislava, de una manera muy cortés me explicó que no sabía si había asientos o no, que pensaba que si, pero hasta que no llegara el ómnibus no lo podía saber; le pregunté a que hora era el próximo turno y me dijo 13 y 30, por favor, espere ahí sentado que yo le reservo dos pasajes y se los doy apenas sepa si hay asientos o no, le hice caso y me puse a escribir.
A las 11 y 15 llegó el ómnibus, me acerqué a la ventanilla y le dije que yo seguía ahí, que no se fuera a olvidar de mi. Cinco minutos más tarde me llamó y me vendió los pasajes, claro que en ningún lugar el pasaje indica número de asiento, se ve que cuentan que haya menos pasajes que asientos y listo.
El chofer solo hablaba en eslovaco o checo, porque en realidad es lo mismo, solo cambia el acento, como un uruguayo y un cordobés, cara dura e inexpresiva como pocas, imposible saber si estaba enojado o sereno, pero mejor no hacerle bromas.
Le mostré un mapa de Bratislava y le señalé la terminal, me hizo que no con la cabeza y me dijo algo que me pareció «Zentrum», le dije a Analía que no llegaba a la terminal pero que me parecía haberle entendido que nos dejaba en el centro, ¡mejor! dijo ella con su mejor sonrisa, un escalofrío me recorrió la espalda.
Subimos y con nosotros un grupo de unas 15 mujeres de excursión, supongo que hablaban eslovaco, otros pasajeros hablaban en alemán; apenas se movió el ómnibus aquellas mujeres empezaron a hablar todas a la vez y fuerte, fue una hora de viaje escuchando la señal de ajuste, jamás me quejo de dolor de cabeza pero cuando bajé tenía la cabeza absolutamente embotada.
Veníamos por la autopista, otra frontera sin puestos de control, al rato empezamos a ver los bloques de viviendas todos iguales, señal inequívoca de estar entrando a una ciudad que estuvo bajo la tutela del régimen comunista de Moscú, hoy estos bloques están pintados de colores pastel, naranjas, celestes, verdes, que rompen con la monotonía de una igualdad que nunca existió.
A poco de andar, más despacio obvio porque ya estamos en la ciudad, un puente sobre un río, que resultaría ser el ya conocido Danubio.
El ómnibus cruza el puente, hace una rotonda, estaciona debajo de él, el chofer baja y empieza a sacar maletas para la explanada debajo del puente; ¡ah bueno! ahora si estamos fritos, intento comunicarme con el chofer, cosa casi imposible y alcanzo a entenderle por señas que el da vuelta aquí de nuevo para Viena.
No hay terminal, no hay puestos de información turística, nosotros con maletas, mochilas y alguna bolsa y con un plano que incluía la zona del hostel y el camino desde la terminal de ómnibus, en pocas palabras ni la más puta idea de donde podíamos estar.
Viajar en ómnibus es barato, ¿les dije eso no?
Eran las 12 y media, un día precioso, cero estrés, así que arrancamos mansos hacia una plaza donde se veía gente, para tratar de encontrar un plano de la ciudad y manejar mejor nuestras posibilidades.
Caminamos 15 pasos y Analía me dijo, espera, esa gente está hablando en español, excelente. Una excursión de argentinos de gente de 50 para arriba, nos acercamos y les preguntamos si tenían un plano, por suerte tenían y nos lo dieron porque ya se iban, y uno de ellos nos explicó que estábamos en uno de los extremos de la zona turística, que era muy pequeña y que no abarcaba más de 14 o 15 cuadras de ancho.
Obvio que al mirar el mapa, vimos sin sorpresa que nuestro hostel estaba a unas pocas cuadras del otro extremo de esta zona céntrica y turística, ciudad sin metro, nosotros sin ideas de las rutas de los tranvías, no nos dejó más opción que tomarnos el ómnibus de Ramón, un poco a pata y un poco a talón.
Fuimos descubriendo un centro histórico, lleno de callecitas de adoquines, con poca gente, fachadas de otros tiempos, escasa cartelería y al atravesar toda esta zona y llegar a una avenida cercana al hostel vemos que tampoco hay semáforos, o mejor dicho, unos pocos pero solo con la luz amarilla destellando, ni siquiera eso era necesario, no vimos un auto ni de casualidad.
Luego nos explicaron que los fines de semana la gente se va para afuera, Eslovaquia está cubierta de bosques y la gente pasa mucho tiempo fuera en verano cuando pueden hacerlo, en invierno con temperaturas que alcanzan o superan los -25° C no se puede hacer mucho.
Caminamos sin cruzarnos con nadie un par de cuadras más, ¿y la gente de este lugar?, hasta que llegamos a la entrada de nuestro hostel: «Patio Hostel»
¡Ay la puta madre! ¿Entramos? Dale, se ven autos nuevos allá adentro.
Un portón de lata todo grafiteado, paredes descascaradas, un par de tarros de basura sin levantar, un edificio en total estado de abandono y un cartelito pequeñito con una flecha hacia adentro indicando: «Patio Hostel», fue nuestra bienvenida al lugar en que pasaríamos la noche, creo que recé.
Al pasar esa entrada derruida nos encontramos con un estacionamiento lleno de autos nuevos y un edificio de 5 pisos muy nuevo, entramos, mucho movimiento y en recepción nos atendieron bastante bien. Nos dieron una llave con un pecesito y nos explicaron que las habitaciones no tienen número, si no que tienen dibujos.
Ascensor hasta el cuarto piso, buscamos la puerta de los pecesitos y entre risas nuestras y las que salían por todos lados en el hostel entramos, la habitación un lujo, incluso con baño privado. Miré por la ventana e hice un reconocimiento de nuestra situación, un edificio abandonado que da a la calle está delante nuestro, el «Patio Hostel» está construido exactamente donde algún día fue el patio de éste edificio.
En el hostel se respira por todos lados “ambiente hostel”, muchos jóvenes charlando, un patio con mesas y sillas donde hay varios comiendo, una sala de reunión en la planta baja con un bar donde la cerveza vale 20 pesos, guitarras, música... ¡notable!
En recepción hago la pregunta de rigor, ¿es seguro andar caminando por Bratislava, y de noche?, la respuesta es un rotundo si, nada nos va a pasar.
La atracción turística de Bratislava, además de su centro histórico es el Castillo que está en una colina justo encima del puente donde nos bajamos, allá volvimos, otras 20 cuadras caminando, pero en el centro paramos en un bar con mesas y sillas en la calle a almorzar, estábamos con hambre; tuvimos un almuerzo y una charla con una pareja de veteranos australianos que estuvo genial.
Bajamos hasta la orilla del río, y caminamos y caminamos, subimos al Castillo, sacamos unas buenas fotos, y decidimos buscar la terminal de ómnibus para sacar los pasajes para el otro día hacia Praga.
Como no podía ser de otra manera la terminal estaba a unas 20 cuadras, las caminamos, y entramos... NADIE, absolutamente vacía, increíble, ni una persona en la terminal, documentamos con fotos.
Compramos el boleto para Praga, a la única funcionaria que había y que por suerte hablaba algo de inglés, 14 euros, hora de partida 12 y 30, el mediodía del domingo.
Con los pies y piernas destruidos caminamos hasta el hostel, nos olvidamos de sacarle unas fotos a la entrada, imperdonable.
Eran las 8, nos dormimos como hasta las 10, cenamos lo que habíamos comprado en un supermercado y bajamos a ver la movida y tomarnos una cerveza.
Muy linda la taberna del hostel, dimos cuenta de un par de jarras de cerveza y envalentonados por los humores del alcohol salimos a ver que tan tétrico era pasar por la entrada en la noche.
Luces que detectan el movimiento se fueron prendiendo desde la puerta del hostel hasta la calle misma, menos mal, si no hubiera sido una experiencia digna de una buena película de terror.
Sábado de noche, semáforos apagados, poco movimiento, caminamos un par de cuadras y nos volvimos, ya teníamos suficiente de Bratislava.

Les dije que este si era un hostel con “ambiente hostel”, muchos jóvenes, con una movida tremenda, a las 5 y 15 de la mañana, el sol alto ya, empezaron a llegar del baile, risas, gritos, conversaciones fuertes y por supuesto, ni idea de donde estaban, intentaron abrir nuestra puerta unas 10 veces, yo reía como loco mientras ELLA gritaba: “¡Go go! ¡Aquí no es!

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